HONESTIDAD BANAL:
El Mundo encoge (o nos coge) y nosotros como si nada. La música ensancha y desequilibra la estrechez propia de este desvarío. Tenemos las canciones, las melodías, pero más allá de eso no hay nada, no existe nada real, palpable. ¿Una alegría así (la única) justifica esto, es decir, toda una existencia?. Creo que se nos oculta el fracaso. Es la única forma de entender este devenir idiota, de comprender que la utopía de la vida encaja en unos pocos. Los demás sobrevivimos como podemos, buscando paliativos, toscos sedantes para el alma: un día, un disco - alargando la pena o cubriendola; otro día, una película - imitando una vida o inventandola; otro, una compañia - o una ausencia, fuente inagotable de todas las ausencias. Y si no, siempre están los libros: cadencias fantásticas para gente como uno. "Para los pelotudos y los cagones", como dice Liam, el Gallagher menor. Estos pelotudos (o cagones, dependiendo de la situación) se ven (nos vemos) obligados a vivir la mayor cantidad de libros posibles, abarcando distintas voces, intentando distintas reflexiones - acaso inútiles si el vacío es tan profundo y la inteligencia tan escasa. En forma desesperada se tantean respuestas y, a pesar de que la desesperanza tiña cada una de las búsquedas, es mejor si no se pierde tiempo. Hay que admitirlo, el desaliento es una marca de fábrica, es MI marca de fábrica. Y es un estigma que persigue a todo perdedor voluntario (dejenme creer que esta indignidad es un movimiento de mi voluntad, aunque así no lo fuera). Por suerte me he acostumbrado a vivir con ello. El Mundo ha aceptado mi vagar indecoroso. Sin embargo, y creo que es así para muchos, yo no he aceptado este decorado barato que es El Mundo, mi mundo.
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